miércoles, 5 de noviembre de 2014

Los dos mundos

Norberto, con sus 56 años, se levanta a la mañana y lo primero que hace, como todos los días, es ir al baño a hacer pis. Hay algunos pequeños placeres de la vida (obligados o no) que sólo empezamos a valorar cuando nos faltan, o cuando estamos en contacto con gente que no los posee... Orinar es uno.

Esta mañana sería distinta de todas las demás porque, por primera vez, nuestro personaje orinaría sangre. Un pequeño chorrito rojo, mezclado entre tanto amarillo fosforescente. Sorpresa, incertidumbre, quizás angustia. Él piensa: "¿Voy a negarlo? ¿Se lo voy a contar a mi familia? ¿Sólo a mi mujer? Y si no se los cuento... ¿qué hago? Mejor se los cuento. Pero se van a asustar. Pero yo  estoy asustado también. ¿Tiro la cadena?"

Días después Norberto visita al médico sin saber que su vida cambiaría para siempre. Hasta ahora fue un hombre sano, de pocos pero disfrutados vicios, vida moderada y sobre todo mucho, mucho trabajo. Tuvo mujer, hijos e hijas, sueños cumplidos y frustrados, emociones e  indiferencias. Hoy su médico le dirá que tiene un pólipo en la vejiga, le endulzará la noticia, le contará cuáles son las perspectivas de tratamiento a futuro, los estudios diagnósticos que deberá realizarse, lo que se hace si es chiquito, lo que no se hace si es no-tan-chiquito. Nuestro (ahora) paciente irá de médico en médico, por lo menos un tiempo. Se someterá a los más crueles (aunque no tan cruentos) estudios complementarios. Lo que antes fue ese pequeño tinte rojizo en el fondo del inodoro ahora es un frasquito de líquido anaranjado, listo para analizar. Esperará ansioso y, quizás, atemorizado los resultados de la ecografía, la tomografia, la cistouretroscopía, la resonancia magnética nuclear, la tomografía con emisión de positrones, la colonoscopía y todas aquellas piezas de la maquinaria diagnóstica. Herramientas de tortura del siglo XXI, puestas a disposición nuestra para el bien de nuestros pacientes.

Va a estar dispuesto a hacer todo lo necesario para permanecer SANO.

Pero ya no está sano, ni va a volver a estarlo. Aunque no sea nada, aunque se trate, aunque se se cure sin ninguna secuela, Norberto va a saber por el resto de su vida que tuvo un pólipo y que puede volver a tenerlo. No importa si se muere o no se muere de esto. No importa si tiene más probabilidades de morirse de un infarto o en un accidente. Nuestro paciente ha pasado de estar en el Mundo de la Salud a vivir en el Mundo de la Enfermedad.

Su familia, primero, se va  a preocupar por él. Luego sus amigos. "Rolo, ¿Sabés que Norberto está mal? Le encontraron un pólipo. Parece que es como un cáncer. Le hicieron estudios el otro día. Vamos a verlo que debe estar depre".

Días, meses, años después, va a seguir siendo "el que tiene/tuvo el pólipo". Para él también. Si la cosa se complica, lo terminamos sometiendo a una operación más cruda, le sacamos la vejiga, es probable que algunos amigos ya no lo vayan a ver. No van a saber qué decirle, ni cómo calmar su ansiedad, ni cómo darle esperanzas. Porque ellos siguen siendo personas Sanas; y cuando estamos en el mundo de la Salud la enfermedad del otro nos recuerda que podemos enfermarnos. Y eso nos da miedo.

Algunos se escudan pensando que depende de uno enfermarse o no. "Norberto siempre fue un tipo muy nervioso, de mucho trabajo. De mal carácter. Por eso se enfermó. Por eso se agarró el cáncer, o el infarto, o el a-ce-ve". De esa manera siguen con sus vidas con la falsa confianza de que a ellos no les va a pasar, porque van a hacer las cosas bien (¡como si eso fuese posible!). A la larga, lo que le pasa al enfermo es culpa del enfermo.

Esas son las herramientas que tenemos para seguir viviendo en el mundo de la Salud, donde enfermarse es improbable y morirse es imposible. A los enfermos los encerramos en los hospitales y en sus casas, y cuando nos acordamos de ellos pasa como un viento sombrío que nos recuerda nuestra fragilidad y finitud.

Los médicos lamentablemente no podemos vivir así. Estamos todo el tiempo en contacto con enfermos. Sabemos lo que hicieron, lo que no hicieron. Creemos que muchas veces se pudo hacer algo para evitar la enfermedad, y aún así no hubiese sido garantía de evitarla.

Sabemos que lo que le pasa a nuestros pacientes tarde o temprano nos puede pasar a nosotros. Y que la muerte, esa cosa tan ajena, es una realidad próxima e ineludible.

Para Norberto la vida no volverá a ser la misma ahora que ha transitado el paso. Quizás, eso sí, quizás disfrute más del tiempo que queda... que puede ser mucho o poco, pues él no lo sabe.

Lo curioso es que ninguno de nosotros lo sabe, estemos enfermos o no. Mañana podría ser el día en que nuestra vida cambie para siempre. Lo importante es justamente eso: que sigue siendo vida. Sigue habiendo placer, emociones, amor, goce. Estemos enfermos o no.

1 comentario:

  1. Bien ahí volviendo a las andadas.
    Sabes, entiendo perfectamente lo que escribís, y hasta lo comparto. Cuando veo esas baterías diagnósticos, esas etiquetas, esos pronósticos ominosos que a veces se cumplen o no...a veces uno no sabe hasta que punto la medicina moderna nos recuerda que nuestra vida es finita o nos lo refriega en la cara.
    Pero me paree que, por suerte, no todos los pacientes lo viven así. Muchos se olvidan totalmente, quizá por represión, quizá porque les pasan cosas mas grosas, hasta de operaciones. Distinto es para los médicos, obvio. Ellos deben encarar todos los días tanto finales felices como inconclusos o abismalmente demoledores. A veces parece que no hay equilibrio. Y quizá no lo haya, eh. Pero el que intenta sobrellevar eso sólo se mete una carga muy fuerte encima, seguro.

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