viernes, 17 de agosto de 2012

Hematología y monigotes

Hoy estamos en el consultorio del hematólogo.

El hematólogo es un doctor en la edad media de la vida, esa edad donde más cerca de la jubilación que de los huevazos de la facu, donde tenemos ya los "años de experiencia" y somos un experto de nuestro pequeño mundo. Donde las cosas que antes nos preocupaban ahora nos enternecen, y las que solían molestarnos... progresivamente se vuelven menos graves. Quizás.
Es un médico y docente dedicado, con quien invertimos nuestros buenos quince minutos de charla, cada vez que vamos. Y los quince minutos suelen convertirse en media hora, y la media en una, y la una...

-Doctor, atiéndalo a González, que está esperando afuera y se está poniendo de mal humor.

Bueno para nosotros. Malo para los pacientes que están afuera.

El pesimista dirá "Claro: es público, no pagás un peso por la salud, no pagás un peso por tratarte tu cáncer, así que esperá sentado y no protestes". El optimista pensará que no es tan así, que no está tan mal, y que los médicos del futuro pueden aprender mucho más de aquel buen rato de charla que de horas y horas mirando las frías hojas de un libro, aunque sea el mejor libro. El hematólogo lo sabe; tiene, como todos, su ying y su yang, y de a poco se aproxima a estar en sintonía con ambos. Todos tenemos nuestras contradicciones, ¿no?

Ustedes, si están del otro lado de la vereda, se preguntarán qué carajo hace un hematólogo... Bien, dicha raza de doctores trata las enfermedades de la sangre, que pueden clasificarse en dos grupos: los problemas de todos los días y de todo el mundo (anemias, anticoagulación; vayan, pregunten, a sus abuelos, a sus primos, a la gente en la calle, van a ver cuántos están anticoagulados; pues bien, todos ellos fueron a ver a un hematólogo); y las leucemias y linfomas, que son algo así como cánceres que en vez de aparecer en un órgano sólido, aparecen en las células que dan origen a la sangre y en los ganglios linfáticos.

Así que un buen hematólogo ve pacientes con cáncer la mayor parte del tiempo. Con su problema tan particular, el de enfrentar dos enfermedades: la del cuerpo, y la del ostracismo que la sociedad impone a los enfermos oncológicos. Y los cánceres de la sangre pueden matar muy rápido, o pueden constituir el germen de una larga y lenta agonía... o en el mejor de los casos (y afortunadamente más frecuente) ser un problema, un obstáculo más hacia nuestra felicidad, un mal rayo del destino, que puede ser controlado, sometido, durante un muy largo período de tiempo. Hay enfermos hematológicos que viven décadas con lo suyo, y que terminan, paradójicamente, "muriendo de otra cosa".

Pero estábamos charlando con nuestro hematólogo, cuando finalmente decidí preguntar sobre un dibujo infantil, un dibujito, una hoja amarillada por los años que mostraba un monigote con los ojos grandes y saltones y la sonrisa remachada de oreja a oreja. Sonreían también otros monigotes, más pequeños, que estaban también en la hoja.

-¿Ésto?

Sonrisa como al pasar, breve flash de los tiempos pasados.

-Este dibujito... es de la primera pacientita que tuve con linfoma no-hodgkin

¿Dije que era pediatra además?

La chiquita no tuvo tanta suerte; le tocó nacer y enfermarse en una época donde la enfermedad hematológica no se curaba, y se trataba a duras penas. Ella se fue, no sin antes dejar un pequeño recuerdo de su paso por este mundo.

En ese momento tocó atender al paciente siguiente, porque entre tanta filosofía ya había pasado un buen rato. Entró una señora acompañando a su hijo, un muchacho de 18 años. Con la calidez de siempre (a veces amable, a veces violenta) nuestro hematólogo saludó a ambos, y nosotros saludamos a continuación. La señora extrajo con dificultad de su bolso (o cartera) una serie de estudios, los vimos todos, estaba todo bien, todo fenómeno.

-¿Y? ¿Cómo te está yendo en el colegio?

Era un vago, era obvio. Nos reímos un poco. A ese ritmo probablemente le quedaran colgadas algunas materias y se recibiría uno (o dos) años más tarde de lo estipulado. La vida es así... qué se le va a hacer.

Se fueron, y nosotros, como siempre, listos para evacuar las dudas...

-¿Ése? Paciente mío. Tuvo leucemia a los dos años, lo atendí yo, hizo quimioterapia hasta los cinco. Lo chequeo todos los años para controlar que esté todo bien... Por ahora anda bárbaro ¿Si sabe lo que tuvo? Sabe que estuvo gravemente enfermo, que tuvo que dejar el jardín...

Hizo una pausa, se preguntaba, pasaban cosas...

-Alguna vez va a haber que hablar de esto. Alguna vez la madre va a tener que contarle. Lo más curioso es que él no pregunta nada... Viene acá todos los años, lo reviso, le hacemos estudios, y no se preocupa por saber qué le pasó ¿Raro no?

Curioso... te recibís, empezás una especialidad donde ves a tus pacientes morirse como moscas, y décadas después a otros los seguís durante gran parte de su vida para corrobar que "ande todo bien", después de que curaste esa misma enfermedad. Para corroborar que "ande todo bien", no por la enfermedad en sí misma, antes letal, sino por lo salvaje del tratamiento que usás, porque ahora existe, porque la tecnología lo desarrolló.

Si la chiquita del monigote hubiera nacido unos... veinte años más tarde, ella sería probablemente una mujer, adulta ya, hermosa o fea, amable u odiosa, se habría casado o no, habría tenido hijos, o perros, o gatos, o alguien. Y quizás ningún dibujito, o por lo menos, no ése, en el consultorio del hematólogo.